Era un hombre «afable y encantador”, decía un grupo de pescadores de Cojimar, una población de la costa este de La Habana. Hablaban de Ernest Hemingway y habían organizado un sencillo homenaje para conmemorar el 50 aniversario de su muerte. El escritor norteamericano vivió en Cuba y disfrutó de su mar, de su paisaje y de su gente. Fue un vecino amable y contundente y los habitantes de la zona aún lo recuerdan como si fuera de la familia.
Este mes de julio nos ha venido húmedo, y también frío en ocasiones. El bochorno siempre se ha escondido bajo la sábana y los mosquitos no disfrutan de sus acostumbrados banquetes de verano. Nos ha abandonado el calor, si, pero no la adrenalina acumulada durante los largos meses de invierno.
Este julio nos ha traído también un recuerdo, el de la memoria y el desencanto. Fue un 18 de julio del 36 cuando empezó a caer del cielo una lluvia espesa manchada de rojo. Se hizo el grito, seguidamente el silencio y, después, todo cambió. Se detuvo el tiempo y nos quedamos enganchados en el desván de la felicidad colectiva.
Las canciones y las bombas, el hambre y las ganas de cambiar el mundo. Todo se mezcla… y leer, siempre. En julio, San Fermin se manifiesta por las calles de Pamplona. Ernest Hemingway se había puesto más de una vez el pañuelo rojo al cuello, intentando vivir aquella pelea ficticia con los toros. Después lo describió en Fiesta, una historia que en 1957 Hollywood transformó en película y nos puso a Ava Garner, Errol Flynn y Tyrone Power a la altura de la paella.
El verano es un momento perfecto para volver a leer o para descubrir las intensas historias de Hemingway. «La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad y, por tanto, nunca preguntes por quién doblan las campanas; tocan por ti». Esto forma parte de su novela sobre la Guerra Civil , ¿Por quién doblan las campanas? .