Leo la prensa el 24 de abril. La ciudad se vistió de domingo el día de Sant Jordi y las miradas relajadas de la gente buscaban un título, un regalo, acariciar libros en la calle.
El día de Sant Jordi no se lee, eso creo. Se mira y se remira y se busca el aroma de una rosa que no huele, a la que han atado junto a una espiga y un lazo, para que luzca más. Luego nos vamos a casa y le quitamos las vestiduras a la flor, porque lo que nos gusta es tocarle el tallo y leer el libro desde la primera letra, sin marear las páginas como si fueran un acordeón, sí, eso hicimos en la parada, en aquella en la que encontramos un hueco entre la gente, en la que examinamos los montones de libros relucientes cubiertos por un fino manto del polen de los plataneros. Es primavera y ya se sabe…
Es primavera y es domingo, y me toco la cintura, un poco dolorida ya, porque nos hemos levantado temprano y hoy nadie se sienta. Libreros abriendo cajas selladas. Siempre me ha parecido que muchos libros del mismo título guardados juntos en un rectángulo de cartón pierden su pátina de objetos insólitos. Están allí, amalgamados y a la sombra de una apuesta. A ver si cuando acabe el día ya no volvéis: os quiero ver en las bolsas que lleva la gente por la calle, entre los gritos alegres de los niños, en la mochila del chico que abraza a su novia, en la mochila de la chica que pasea con su novio, en las manos de la mujer y el hombre, abuelos ya, que han preguntado varias veces por un título para su nieto.
El día después del día 23 de abril viene el recuento. Porcentajes, listas. Páginas abiertas y libros nuevos, brillantes promesas.
Pág. 11: «Hay que viajar», decía Montaigne. «Viajar nos vuelve modestos», añadía Flaubert. «Viajamos para cambiar no de lugar, sino de ideas», insistía Taine. ¿Y si fuera todo lo contrario?.
(Éric Vuillard, Una salida honrosa) (Ya contaré en otro momento qué me ha parecido)
Precioso Mabel Beltrán Lectora invencible
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