Las músicas de Murakami

Existe el hecho de escribir y también el hecho de leer. Los escritores no siempre piensan en los lectores cuando escriben. El camino tortuoso que debe recorrer un creador literario no siempre pasa por la puerta de aquel desconocido que busca palabras como quien va en busca de un río lleno de piedras preciosas.

Normalmente Haruki Murakami es uno de esos escritores que huyen de la locura promocional de las editoriales. (Esto me hace pensar en la absurda obsesión de algunos editores para captar periodistas para su causa empresarial). El autor japonés no es un habitual en la prensa. Conocemos su imagen por la solapa de sus libros. Pero su ejército internacional de lectores no parece estar preocupado por ver a ese hombre de unos sesenta años, aspecto oriental y deportista que, de vez en cuando, deja caer por las librerías una historia nueva, siempre cautivadora y sorprendente.

Murakami ha creado un inteligente mundo propio, que no se encuentra muy lejos de los mitos clásicos, esos que están en el origen de muchas de sus historias. Personajes expulsados de la sociedad o que rechazan la sumisión intelectual forman parte de su universo… y la música. Sin duda, el hecho de leer puede provocar innumerables emociones y se debería poner en el pedestal de los elegidos por la mano de Dios (si es que existe finalmente) los autores que tienen la habilidad de despertar los sentidos. Patrick Süskind, en El perfume, describe de tal forma los aromas fabricados por Jean-Baptiste Grenouille, que el lector puede casi oler los perfumes sofisticados que salen del laboratorio de este siniestro personaje. Por su lado, Murakami, en todas sus novelas, es capaz de explicar y provocar a todos los sentidos a través de la música. Los clásicos, el jazz o el rock llegan a formar parte de una partitura nueva y se convierten en una parte esencial del relato. Parece ser que Murakami tiene en su casa 40.000 discos. En la década de los setenta, antes de hacerse escritor, tenía un bar musical (de jazz) en Tokio. Se declara un apasionado de la música y es un genio describiendo las emociones que le provocan. Para demostrar el motivo de esta adicción irreductible de Murakami, expondré un ejemplo. OSIM, uno de los personajes de Kafka en la orilla, habla sobre la imperfección de una pieza de Schubert, la sonata en re mayor, valorada como fría y antigua. Los pianistas -dice uno de los personajes- idean artificios, pero tienen que poner mucha atención, porque pueden destrozar la «distinción» de la pieza.

«Si condujera escuchando la interpretación perfecta de una música perfecta, – explica la OSIM a Kafka Tamura- quizás acabaría cerrando los ojos y me vendrían ganas de morir sin volver a abrirlos. Pero, escuchando la sonata en re mayor puedo percibir en ella las limitaciones de la vida humana. Puedo descubrir que cierto tipo de perfección sólo puede conseguirse a través de una imperfección sin límites.»

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