Con la compañía de Le mal du pays, de Liszt, una entiende la cadencia melancólica de las historias de Haruki Murakami. Los años de peregrinación del chico sin color, deja esa sensación que se experimenta al escuchar la música de los compositores del Romanticismo, la misma que se nos viene a la cabeza ante la descripción de alguien viendo pasar los trenes sentado en el andén de una estación de Tokio. ¿Conseguir hacer sentir a los demás estas sensaciones se debe a las musas o a las matemáticas, al talento o al conocimiento exacto de las palabras?. No me atrevería a asegurar nada de esto, pero mucho me temo que los logros de un escritor no suceden por casualidad. Detrás de las novelas de Murakami siempre está la música y la vida. Solo cuando alguien ha conseguido entender la esencia del día a día, puede transmitirlo de esa manera. Parece como si explicar el desconcierto y las dudas y al final hacer entender qué ha pasado fuera fácil. Pero no lo es. Explicar la mente humana es una labor muy complicada. Y describir el olor de las mañanas lluviosas también. Por eso, con algunas de las historias de Haruki Murakami el lector puede llegar a vislumbrar explicaciones que llevaba tiempo esperando. En Los años de peregrinación del chico sin color uno puede pensar que hay algún resorte anterior que el escritor ha olvidado. Pero eso no es del todo cierto. Está el mundo de los sueños, el misterio, el recuerdo melancólico de una adolescencia nunca olvidada, los amigos y su pérdida, la muerte inesperada, la chica que no entiende el mundo, el chico que no entiende nada, la timidez desoladora y las dudas de todos aquellos que no han encontrado su lugar en el mundo.