Los libros no son siempre un producto circunstancial que pasa de moda, como las faldas o las chaquetas; los peinados o los pendientes. Algunos títulos recorren la memoria y forman parte de las costumbres, aquellas que repetimos marcados por el calendario. Empecé a leer Soldados de Salamina hace algunos años, una tarde de verano después de acabar el trabajo, en una cafetería de la Gran Vía de Madrid.

El camarero, vestido con chaqueta blanca y gomina en el pelo, llamaba al compañero de la barra: «¡uno de calamares y dos aguas del tiempo». Yo había pedido un café solo y mi estomago se quejó ruidosamente. Sentía envidia por el bocadillo de calamares que no había pedido. Había comprado esa misma tarde el libro del extremeño Javier Cercas en la Casa de libro de Callao y estaba impaciente por continuar leyendo el encuentro del autor- personaje -protagonista con Rafael Sánchez Ferlosio, el hijo de Sánchez Maza, el misterioso falangista que durante la Guerra Civil se libró milagrosamente de ser fusilado en Banyoles. Curiosamente, el nombre de Ferlosio no se puede desligar de su libro fetiche, El Jarama, donde narra la historia de un grupo de jóvenes que pasan un domingo de verano junto al río madrileño. Este libro y otros que se escribieron en los años 50 se incluyeron en la llamada ‘literatura social’. Desde el primer momento, me impresionó la facilidad narrativa, la novedad de los conceptos y la libertad estilística e intelectual de unos escritores que estaban sometidos a una feroz censura. Feroz e ignorante porque, afortunadamente para nosotros, no se dieron cuenta nunca que aquellos escritos abrían rendijas hacia la posteridad. En esta línea, y además de recurrir a las novedades literarias de este verano, me atrevo a recomendar otro ejemplar, Las últimas tardes con Teresa, que fue Premio Biblioteca Breve 1965. Las fiestas mayores de Gràcia del mes de agosto están ligadas para mí en el mundo que sabe dibujar con sabiduría Juan Marsé, en una ciudad que, a mediados del siglo XX, estrenaba nuevas formas de vida y también salvajes contrastes sociales. Lo leí hace tiempo, y muchos años después de ser escrito, pero diría que, incluso ahora, son actuales las situaciones. Barcelona ha cambiado, pero no tanto.
que bien te explicas
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