En el capítulo 4 de la sexta temporada de The Good Wife, durante una reunión familiar y sin venir a cuento, la excéntrica madre de Alicia Florrick dice: «¿Habéis leído El jilguero?, ¡Es un libro muy bueno!». Curioso guiño en el guión de una serie siempre sorprendente y totalmente recomendable. Otro motivo para aplaudir de nuevo a la gran Stockard Channing y a Julianna Margulles, que han sabido crear sus personajes desde una mirada nada convencional.
Si, es cierto, El jilguero, de la escritora norteamericana Donna Tartt, es una novela muy buena, gloriosa, se podría decir también. Después del exito de El secreto, la anterior obra de Tartt, mucha gente se pregunta: ¿Por qué ha tardado más de diez años en publicar de nuevo Donna Tartt?. Acostumbrados a la producción de muchos otros escritores y la dinámica empresarial de las editoriales, se entiende la pregunta, pero no si uno vive la literatura como un ente diferente al devenir del mundo de los negocios. La creatividad no siempre entiende de ritmos laborales, la cadencia va por vericuetos muy variables y, por eso, felicitémonos cuando, finalmente, llega a nuestras manos una novela como El jilguero, repleta de claves, de arte, de tristeza, de amor, desamor, desazón, de optimismo y de una ciudad, Nueva York, tan increíblemente norteamericana y, al mismo tiempo, tan fascinada por todo lo que viene de la vieja Europa.
¿Puede un libro ser la esencia de todo una vida?, pregunto y respondo sin demorarme que me parece que si. El jilguero es la esencia y esencialmente la vida de Theo Decker, un niño y después un adulto que ve como se detiene el transcurso de su vida una mañana de un día de su infancia entre los cascotes que dejó una bomba en el Metropolitan Museum de Nueva York, donde se encontraba con su madre, admirando, entre otras tantas pinturas, el minúsculo cuadro pintado por Carel Fabritius, El jilguero. Su madre muere en el atentado, pero Decker a quien realmente ve morir entre sus brazos es a un extraño desconocido que le dará las claves para el resto de su vida.
El dolor por la pérdida y el vacío ante un mundo desconocido. La inteligencia, el sentido de la supervivencia, la amistad, el mundo incomprendido y la erosión que producen las drogas. Son muchas las referencias que se han hecho de este libro. Y es cierto que, leyendo a Donna Tartt podemos vernos inmersos en un mundo que también hemos encontrado en algunos clásicos, como Faulkner (por la descripción del paisaje árido de Las Vegas) o Charles Dickens (en su creación del niño desvalido ante la pérdida de sus referencias y la búsqueda de otros brazos protectores), o esa relación de amor y odio de Truman Capote con Nueva York.
Por cierto que el pintor Carel Fabritius (un alumno aventajado de Rembrandt) murió en 1654 en su taller de Delft debido a una explosión que acabó también con gran parte de sus obras y con media ciudad.
Estaba en la lista de nuestro club de lectura, pero al final nos decantamos por «Tan fuerte y tan cerca» J. de Safran Foer. Creo que nos equivocamos. ! Tomo nota! Gracias, Isabel.
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Creo que sería una buena opción para otro momento. Hay muchísimas cosas para comentar en el club de lectura y no solo por la extensión, más de 1.100 páginas, sino por la inteligencia y la habilidad literaria con la que está escrito.
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