En un día como hoy, cuando se cumple un año sin mi madre, quiero traer aquí un libro que supuso una de sus últimas sorpresas. El coronel Puigdengolas y la batalla de Badajoz (agosto 1936), de Héctor Alonso García (PUV). En la cubierta, la foto de Puigdengolas, aquel militar al que mi madre siempre había llamado general y que había amenazado a su madre con un sable en aquel fatídico verano del 36, cuando el mundo se vino abajo y todo cambió. «Que miedo, mamá», repetía aquella niña de entonces, y se agarraba al vestido de la mujer valiente, roja hasta la médula que era mi abuela (a quien no tuve la fortuna de conocer), que se enfrentaba a la máxima autoridad militar republicana de Badajoz en defensa de un miliciano que solo quería escapar del horror pero que para el coronel era un desertor más al que había que ajusticiar.
Por Puerta Trinidad ya entraban los Nacionales al mando del general Yagüe y las murallas no eran capaces de proteger a una población indefensa. Dicen que Puigdengolas también huyó hacia Portugal, atravesando el Puente Viejo sobre el río Guadiana, como hizo mucha gente, también mi madre, su madre y su abuela, una prima embarazada de ocho meses y su marido miliciano, que luego desapareció en Campo Maior para siempre.
Con el libro en su mano, mi madre, que conservó su buena memoria hasta casi el final, sin atreverse a leer las páginas sobre ese personaje que conoció, se preguntaba: ¿Dirá algo aquí sobre Martínez Cartón? ¿Sobre Sinforiano Madroñero, el alcalde socialista y Nicolás de Pablos, diputado por Badajoz, estaban muertos juntos en mitad de la calle? Yo los vi cuando volvíamos de Portugal. Los moros saqueaban las casas y asesinaban indiscriminadamente. ¿Y dirá que en la plaza de toros murió mucha gente y que metían a los presos en los chiqueros como si fueran animales, como le pasó a nuestro querido Antonio? Si, lo dice todo, comprobó después. Cuenta cómo fueron aquellos días, qué fue de Puigdengolas y qué fue de una ciudad que había vivido una intensa vida política hasta que fue machacada.
Y se hizo el silencio, durante años nadie quería hablar sobre lo que pasó allí. Pero pasó y no deja de sorprender que una niña fuera capaz de recordar con tanto detalle lo que vio y lo que escuchó. Cuando lo leo, escrito por otros, compruebo que existe un motivo por el que yo siempre quise escuchar, una y otra vez esta historia, la de mi madre, la que me dejó. Y creo que hay que acordarse de todo esto, del dolor de una población que se quedó atrapada bajo el espantoso manto del silencio y del miedo.
Hace ahora un año, tal día como hoy, bajo una pirámide, en el cementerio de Montjuïc, en Barcelona, pude decir alguna cosa, pero no lo hice. Ese no era un momento cualquiera como para ponerse a hablar. Dejamos que una rosas blancas y un tango lo dijeran todo. La despedida de una mujer muy especial. Alta, piel de nácar, y una voz potente que todavía sigo escuchando, explicando esta historia que nos envuelve, como una pashmina. Es el relato del sufrimiento de un pueblo y creo firmemente que no deberíamos dejar de hablar sobre ello.
El coronel Ildefonso Puigdengolas Ponce de León (1876-1936) fue un veterano que luchó en Cuba y Marruecos y desarrolló su historial en el Cuerpo de Seguridad, institución policial de la Segunda República. Bien considerado por los políticos republicanos, fue nombrado gobernador militar de Badajoz. Del máximo responsable militar de la defensa de Badajoz no sabíamos casi nada y muchos de los datos que circulaban sobre él eran difusos y contradictorios. Este libro aporta información nueva sobre su vida y su personalidad, pero también desmiente falsedades vertidas sobre este militar y el que fue el episodio más importante de su carrera.
Parte del texto de la contraportada
Editado UNIVERSITAT DE VALENCIA
El episodio que comentas lo reprodujo Puigdengolas en el frente de Madrid, concretamente en Parla, cuando disparó a un miliciano que huía intentando evitar una desbandada entre los suyos. Era así como procedían los militares veteranos como Puigdengolas cuando querían mantener la disciplina entre la soldadesca. Téngase en cuenta, además, que la tropa que dirigía Puigdengolas estaba formada mayoritariamente por milicianos, voluntarios sin apenas ninguna formación o adiestramiento militar. Este episodio, por cierto, le costó la vida al coronel Puigdengolas.
Por otro lado, y para hacer justicia a la Historia y al personaje en cuestión, quiero precisar que Puigdengolas no ‘huyó’, sino que se retiró, herido, cuando los sublevados ya habían entrado en Badajoz. Es un matiz importante.
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