Praga es una ciudad que asocio con el invierno y con la lluvia, quizás para contradecir su famosa primavera. Las mojados calles estrechas te llevan a una sinagoga y se anuncian interminables conciertos de Mozart en todas las iglesias.
La excelsa divinidad es más creíble si miramos el barroco de las paredes mientras un violinista toca una pieza de Haydn. La capital de la República Checa contiene mucha vida y mucha historia y por encima de todas las cosas y en todas partes está la imagen de Franz Kafka: en las tazas de café, en las camisetas, los carteles, las librerías (claro ), los museos, en el aeropuerto, en las tiendas de souvenirs y los restaurantes… el ayuntamiento de la ciudad ha cerrado la calle donde vivió el escritor para que el turista pague por pasar ante la puerta de la casa.
Sorprende la avaricia en torno a la figura y la obra de uno de los mejores escritores europeos del siglo XX. En vida sólo publicó algunas historias cortas y pasó prácticamente desapercibido. Cuando murió dejó dicho a su agente literario, Max Brod, que quemara sus manuscritos. Kafka no quería publicar su obra. Pero Brod no le hizo caso y gracias a esta desobediencia hemos podido leer El Proceso, América o El castillo. Han quedado inéditos otros documentos y un diario en el que parece ser que Kafka contaba todas sus obsesiones.
La codicia ha caído sobre el legado literario
Max Brod, judío y sionista convencido, marchó de Alemania huyendo del nazismo y se instaló en Israel. Con él iba el legado literario de Kafka. Cuando murió poco después, estos papeles pasaron a manos de la secretaria y amiga de Brod, Esther Hoffe, quien vendió una parte y la otra fue a parar a manos de sus hijas. Los manuscritos de las tres novelas fueron donados a la Universidad de Oxford y después los adquirió el archivo alemán de Marbach. La ambición y el mercantilismo tiene atrapados otros borradores, dibujos y escritos del escritor checo a la espera del mejor postor. Brod dijo en su testamento que los papeles tenían que ir a parar a la Biblioteca Nacional de Jerusalén, en la Biblioteca de Tel Aviv o a cualquier otro archivo extranjero.
Hace tiempo que la Biblioteca Nacional de Israel y el Archivo de Marbach se quieren hacer con el legado literario de Franz Kafka. Los alemanes porque el escritor había escrito siempre en alemán y los israelíes porque se trataba de un escritor judío. El tema está en los juzgados y en enero parece que se ha de conocer la resolución. ¿Quién tiene derecho a ser el depositario del legado de Kafka?
Paradójicamente, un lío kafkiano que tiene atrapada parte de la literatura en manos de las hermanas Hoffe, que querían continuar vendiendo originales a precios millonarios, como hizo su madre, pero deberán esperar la resolución judicial.