Absorbente y equilibrada. Apunto las palabras con las que Eduardo Mendoza definió en su día Chesil Beach (Anagrama), una novela muy breve de Ian McEwan. Absorbente y exigente, como una composición para cuarteto de cuerda.
Si existen estas obras ¿Por qué nos abandonarnos a los relatos insustanciales con los que nos alimentamos cada día?. Por suerte siempre es posible redescubrir ese ejemplar abandonado en la biblioteca de tu casa y leerlo con las ganas de quien cree haber localizado un lugar secreto. Ese lugar surcado por los rayos del sol de la tarde entre las ranuras de la persiana y una historia contada con la habilidad de un malabarista de las palabras. Me siento y absorbo ese momento junto a una pareja de recién casados. Me instalo en la habitación del hotel junto a la playa. Me alimento con la cena que lleva un discreto camarero y me uno al diálogo cortés de las dos personas que todavía se visten con los mismos vestidos de la ceremonia de la boda.
Florence y Edward son dos jóvenes en los inicios de los años 60, una década que se presuponía liberadora de las viejas ataduras, pero que también supo hacer evidentes los miedos reaccionarios. Soy libre y manifiesto mi oposición a todo lo antiguo. Pero ¿Cómo sacudirse de un plumazo el muro que siempre atenazó las mentes conservadoras?
Florence, la artista, de clase alta y floreciente, la de los padres afortunados, la de un futuro de éxitos. Nadie le enseñó a sentir su cuerpo y sus promesas. Edward, el chico que lucha por abrirse camino en un mundo en el que la pobreza produce estupor y una vergüenza de la que no se habla pero paraliza.
¿Qué se puede esperar de esas realidades? Primero, un momento cumbre de literatura y, después…
Y en otro momento hablaremos de Expiación, aunque, como muchos saben, esta historia se tendría que leer antes. Pero, bueno, tampoco importa, ¿no?.