«En otoño comienza esta historia. Con una húmeda niebla, escasos grados de temperatura, oscilamientos, y una mujer que, de improviso, se percata de que la libertad está cerca», escribió Henning Mankell en Profundidades.
Llevamos mucho tiempo leyendo las novelas de Mankell. Ese era el hábito. Cada cierto tiempo, nos trasladábamos al ambiente gélido y el paisaje blanco de Suecia. En la Novela Negra siempre hay algo por descubrir. El misterio, la maldad o el crimen que acaba siendo descubierto. Aunque lo mejor de todo es el transcurso de la investigación, la manera como se explica la vida, la sociedad y los secretos mejor guardados. Hay relatos sencillos, otros enrevesados, inteligentes, ingeniosos y tristes también. Tan tristes como una vida que se va.
Curiosa coincidencia en el tiempo. Henning Mankell murió y se cerró una librería, una de tantas, podríamos decir. Pero la realidad es que Negra y Criminal era muy especial. La última vez que estuve por allí, antes de que cerrara sus soberbios y antiguos porticones de madera (puertas de pueblo, como lo es todavía, en su esencia, el barrio de la Barceloneta) pensé en Mankell y en su Wallander y en todo lo que hicieron ellos (el escritor, la librería y el librero) por la Novela Negra.

Paco Camarasa quiso despedirse de los lectores y creó un sello para los últimos libros vendidos en Negra y Criminal
Cuando empezamos a leer a Agatha Christie, a Simenon o a Sir Arthur Conan Doyle todavía se les llamaba novelas de misterio o policíacas. Y esa esencia, la de los clásicos, estaba en la librería Negra y Criminal junto a la figura imponente de Humphrey Bogart y el recuerdo de la mítica El halcón maltés. También es verdad que junto a las recopilaciones de Dashiell Hammett o Raymond Chandler había constantemente las ganas de enseñar caras nuevas. Y ahí estamos, viviendo el género desde otra dimensión, casi, casi, muy cerca, de la literatura selecta. Y es que la intriga es seductora. La maldad nos sobrecoge.