Julian Barnes deja sin responder la pregunta. ¿Es una obra autobiográfica? Existen algunos indicios que nos llevan a pensar que tal vez si. Pero, en realidad. ¿Qué importa? Nos «gusta como escribe y las historias que cuenta», me decía un amigo, gran lector, hace unos días.
En Su única historia, Barnes recupera el yo intimista de El sentido de un final y lleva hasta las últimas consecuencias la decisión de desnudar al completo un trozo de su vida, sin duda el más trascendental y el que definió después su comportamiento en el mundo. Llama la atención la madurez con la que un joven de 20 años puede aceptar sin alterarse problemas que cualquier adulto no hubiera sabido cómo resolver. Pero también es verdad que es en la juventud cuando menos importa la entrega completa del alma y la vida, si hace falta, por un ideal o por el amor, el primero, el más intenso y doloroso.
Julien Barnes tiene la costumbre de tirar de memoria. Nos pasan cosas. Pasa el tiempo. Llega esa edad en la que nos vemos con fuerzas para reflexionar sobre aquello que hemos mantenido oculdo en un cajón y escribimos sin remilgos sobre los más íntimos secretos. ¿Cómo de apasionante puede ser el amor entre un joven y una mujer madura? El ideal nos cuenta que puede ser una relación soñada, pura y llena de promesas. La realidad es la que a cada uno se le presenta, pero siempre llena de frustaciones y decepciones. Así lo cuenta Julian Barnes: sin ensoñaciones, sin filtros, mirando directamente a los ojos a un lector que ya presiente el verdadedor sentido del relato.
¿Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos? Creo que, en definitiva, es la única cuestión.