En la sangre

Es la ciudad de siempre, en la que hemos vivido durante casi toda nuestra vida. Pero en algunos momentos resulta irreconocible, tal vez porque En la Sangre, de Laura Gomera (Roca Editorial), Eva Vázquez transita por otras realidades. La puedes ver pasar por las anchas aceras del Paseo de Gracia. Camina haciendo sonar unos tacones de medio palmo. Zapatos de 400€, bolso de Prada, vestido Chanel. Pero nunca sabrás el verdadero mundo que habita su cabeza. Mujer de pose algo misteriosa y andares felinos que sabe llevar con soltura la ropa de marca. Pasarán unos minutos y todavía quedará el rastro de su perfume; algo dulzón, pero fresco y elegante.

En un pasado verano de libros y mar, de mitos y paisajes excelsos, En la sangre me introdujo en un mundo perverso, de una elegancia intencionadamente triste y meláncólica. Lo recuerdo ahora, en una primavera oculta tras las ventanas, cuando el verdor emergente se nos presenta tras los cristales empañados por la lluvia de abril.

Confinada en mi mundo particular, Barcelona sigue siendo una ciudad en la que vivir y un tema, un objetivo. Solemos hablar mucho sobre los cambios que ha sufrido la ciudad en los últimos años. Pero tal vez no es para tanto. Aunque ya no vamos al puerto para ver salir los barcos de Transmediterránea, ni escuchamos sus sirenas imponentes al atarceder. Pero nos siguen persiguiendo algunos paisajes. La calle ancha y la Iglesia de la Mercè, las vistas desde un balcón adornado por geranios de colores en Ciutat Vella. Obsevar esas figuras que trapichean y se desenvuelven en sus quehacers de luces y sombras. Sin duda, la nostalgia nos puede, porque ese balcón ya no está en nuestras vidas, ni las vistas desde un terrado ya lejano: tejados mojados y, al fondo, Santa María del Mar. No, ya nada es lo mismo que era hace años. Pero aquí sigue todavía la ciudad, siempre la ciudad. aunque desbordada por sus sombras.

Y sobre esas sombras se desenvuelve una perturbadora Eva Vázquez, transitando por unas calles de las que intenta extraer todo lo que puede, usurpando las propiedades de los otros. Ella se introduce y nos lleva de la mano por la Barcelona canalla, inundada de sujetos que no se conforman pero que tampoco se esfuerzan por salir de su círculo tenebroso. Barcelona es todo: es el barrio de Sants en el que viven los padres de Eva Vázquez (esta mujer oscura e implacable) y son los tugurios malditos de algunas calles de Ciutat Vella. Ella se ha creado una vida artística y rica en atuendos. Y sensaciones perturbadoras que va cambiando al ritmo del día y de las sombras. Silencios, sentimientos lejanos, el frio crujir de la puerta que se cierra antes de alejarse de la mediocridad.

Esta novela es ocura. Es novela negra y es oscura, como lo son algunos barrios de una ciudad que se conoce demasiado bien a sí misma.

Saco del bolso la nueva cartera de Prada para pagar las flores y meto las gafas de sol, que molestan sobre la cabeza. Pago al marido de la florista y, mientras espero el cambio, me quedo con la cartera en la mano y acaricio la piel de saffiano y los bordes dorados de la solapa. Cincuenta y seis euros por un ramo de seis peonías. Menudo derroche.

 

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