Las mujeres no son solo las hijas de Afrodita, ni los hombres los hijos de Ares. Los hombres y las mujeres no son tan diferentes. Es Timandra quien habla, no yo. Cuando llega una nueva historia de Theodor Kallifatides se hace inevitable la visita a la librería Nollegiu, y más si, junto a sus 192 páginas, aparece por la puerta este viejo hombre griego y su mirada clara teñida del azul plácido y sensible del mar Egeo.
Theodor Kallifatides no ha ansiado otra cosas en el mundo que convertirse en el ser humano que es: él mismo, el que escribe en sueco por la solemne necesidad de liberarse. «Para un griego flaco como yo Timandra es el sueño de la libertad», dice Kallifatides mientras mira a una sala llena de gente expectante. Con Timandra dejó su género, su carga machista, dice. Y revela algo muy sencillo y al mismo tiempo de una grandiosa verdad: que su literatura no es la de las palabras sino la de los sentimientos. Por eso no siente la necesidad imperiosa de escribir en la lengua que le enseñó su madre, que lo era todo para él.
La esencia de Kallifatides como ser humano es la que aprendió siendo niño, cuando los nazis fusilaron a un hombre en la plaza de su pueblo, Molaoi, durante la II Guerra Mundial. Nunca olvidó la mirada de aquel hombre enfrentado a su propia muerte, ni el abrazo fuerte de su madre, el que ha sostenido siempre toda su literatura.
«Para un griego flaco como yo Timandra es el sueño de la libertad»
La poesía de la palabra y la poesía de las cosas. Alguien insiste en preguntarle cómo ha podido escribir gran parte de su obra en otra lengua que no era la suya. Y Theodor Kallifatides no olvida una inteligente sonrisa para contestar: su madre le enseñó a contar historias, su padre le enseñó a leer y «mi obligación es observar el mundo y trasladarlo a la literatura».
Y Grecia, siempre Grecia en el recuerdo.
Estaba acostado junto a mí, desnudo. El resplandor de la lumbre en el hogar se reflejaba en su frente y confería a sus gotas de sudor un brillo de piedras preciosas.