La llamada

 Hay una pregunta que hacen siempre: «¿Por qué elige las historias, con qué criterio?». Quizás con el peor de todos. Una abstrusa y soberbia necesidad de complicarse la vida y, al final, vencer. O no.

leila Guerriero, la llamada Leila Guerriero es una periodista reflexiva. Realiza perfiles de personajes complejos de manera inteligente, y los desenvuelve en su escrito con delicadeza, pero sin ceder a las concesiones. Posee la pericia de una artesana de la letras y la habilidad de un poeta. Ya se sabe que todos ellos, los personajes reales, esconden algo. Aunque también cuentan muchas cosas, a pesar de que nunca hay que descartar la sombra de la duda.  

¿Se puede llamar privilegiada a una mujer detenida y torturada en la ESMA? 

Detrás de esta pregunta que me sugiere La llamada está el interés por una persona que consiguió volver a vivir después de salir del infierno. Leila Guerriero se fija en la singularidad: es el mayor reclamo, y consigue crear un relato en el que muestra y estructura la vida que ella le contó, para establecer el contacto con la intimidad del personaje y, al mismo tiempo, el ser humano que es Silvia Labayru.

A finales de los sesenta, Silvia Labayru era una adolescente. Ingresó en el Colegio Nacional de Buenos Aires. En esta prestigiosa institución pública entró en contacto con agrupaciones estudiantiles de izquierda y formó parte del sector de Inteligencia de la organización Montoneros.

La dictadura en Argentina empezó en marzo de 1976 y en diciembre de ese año, cuando faltaba muy poco para que naciera su hija, Silvia Labayru fue secuestrada por los militares y trasladada a la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), un centro clandestino en el que se torturó y asesinó a miles de personas. Labayru no fue asesinada, pero sí la torturaron, incluso estando embarazada. Después de nacer la niña en la ESMA, fue entregada a sus abuelos paternos. Labayru continuó siendo torturada y violada. Además, según cuenta, tuvo que acceder a representar el papel de hermana del miembro de la Armada Alfredo Astiz, que se había infiltrado en Madres de la Plaza de Mayo. Tres madres y dos monjas francesas resultarían desaparecidas.

¿Fue una llamada telefónica al padre, realizada desde la ESMA, el 14 de marzo de 1977, la que salvó la vida de Silvia Labayru?

Cuando finalmente fue liberada en 1978, en el avión rumbo a España, junto a su hija de un año y medio, Silvia Labayru pensó: «Se acabó el infierno». Pero el infierno no había terminado. Otros argentinos en el exilio la repudiaron, acusándola de traidora. Pero también fue arropada por unos pocos amigos fieles. Y así, construyó una vida. Hasta que en 2018 la contactó desde Buenos Aires un hombre que había sido su pareja en los años setenta y, en una secuencia en la que se funden encuentros y desencuentros, comenzó a urdirse la historia que estamos leyendo hoy.

La periodista Leila Guerriero comenzó a entrevistar a Labayru en 2021, algún tiempo después de leer una entrevista que se publicó tras el juicio por crímenes de violencia sexual cometidos contra mujeres secuestradas durante la dictadura argentina. Silvia Labayru era una de las denunciantes. Guerriero habló a lo largo de casi dos años con su protagonista, y también con sus amigos, sus exparejas, su pareja actual, sus hijos y sus compañeros de cautiverio y de militancia. El resultado es el retrato de una mujer con una historia compleja en la que se amalgaman el amor, el sexo, la violencia, el humor, los hijos, los padres, la infidelidad, la política, los amigos y las mudanzas.

Para dar fe de lo que supuso esta violencia. Nuestros muertos nos acompañan, como nos acompañan nuestras derrotas. “Yo sé (todos lo saben) que la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”, sostenía Borges, en una frase que se cita en La llamada. Es parte de una selección de citas que Leila Guerriero extrae de los cuadernos juveniles de Silvia Labayru.

En La llamada, Leila Guerriero desmadeja una historia compleja para ofrecerla a los lectores con sus contradicciones. Hay sombras y también momentos luminosos, como en una vida que se ha vivido con la energía de una superviviente. Entrar en los infiernos y luego salir indemne es muy complicado. Pero construir la vida desde el impulso vital tiene sus ventajas, las de los que no se doblegarán por el resentimiento de los demás.

«Es un libro duro», he oído decir. Sí, es un libro duro, porque lo fueron las circunstancias, porque fue dura la vida de los detenidos, desaparecidos, y también de los que consiguieron salir vivos de todo aquello.


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