Eran los años 70 del siglo XX y yo vivía en la calle Montcada de Barcelona. Una infancia y adolescencia llena de sensaciones sonoras y olor a aceite de linaza. Paredes de piedra antigua, calles estrechas y el sueño de un futuro poético. La calle Montcada tuvo la enorme fortuna de acoger el museo del pintor malagueño Pablo Ruíz Picasso, sus primeras pinturas y dibujos: cuadros prodigiosos de infancia y juventud. Su gran amigo y secretario, Jaume Sabartés, había propuesto al ayuntamiento de la ciudad la creación de este espacio en la mansión Aguilar, situada en el número 15. La casa tenía su origen en el siglo XIII y había sufrido varias remodelaciones a lo largo de la historia. El museo se inauguró en 1963.
Gracias a una serie de circunstancias y a la mágica fortuna, fui vecina del museo Picasso en unos años en los que era muy sencillo para una joven estudiante pasar tardes enteras en esa casa, entre sus patios floridos y sus paredes frescas. Después he tenido la oportunidad de ver un reguero de cuadros del pintor en museos importantísimos de todo el mundo, pero ninguno como los que me aprendí de memoria, pincelada a pincelada, trazo a trazo, en la calle Montcada de Barcelona. Con el tiempo, esas colas interminables de turistas para acceder al museo me parecen una anomalía. Pero es la moderna realidad, la de una calle vestida de domingo, restaurada y ampliada, el orgullo infinito de una ciudad que sabe venderse.
Durante este mes de junio, oliendo ya la pólvora y las delicias de las cocas de Sant Joan, se presentaba en el Museo Etnològic i cultures del món La gent del carrer Montcada. Una història de Barcelona (Editado por el Ayuntamiento de Barcelona). Dos volúmenes y más de mil páginas en las que se habla de una calle con mucho carisma. El historiador Albert Garcia Espuche ha realizado en su obra una detallada descripción de las vicisitudes históricas y arquitectónicas de la calle Montcada, especialmente, recalca, ha querido explicar en estos extensos volúmenes la historia de las personas que vivieron bajo y por encima de unas piedras que vienen desde la Edad Media. «En la calle Montcada vivía gente emprendedora» -dice García Espuche. Y de esta manera quiere desmentir que hubiera palacios de nobles, tal y como actualmente se está haciendo creer a la población barcelonesa y a los turistas. Son casas grandes o que se han ido agrandando con el paso del tiempo -explica el historiador. No era una calle de aristócratas, como Portaferrisa o el carrer Ample. La calle Montcada está muy cerca del Mercat del Born, y desde sus inicios formó parte de un barrio laborioso en el que ocurrian muchas cosas. Fue un lugar de influencia económica y social para Barcelona y Cataluña. Vivía gente acomodada pero no eran nobles, como los castellanos. Eran personas que negociaban y regentaban comercios y tabernas. Recuperar este pasado activo y apasionado ha sido el objetivo del autor de una obra elaboradísima.
El historiador Albert García Espuche ha dedicado 40 años (desde 1980) a la investigación histórica de la Barcelona antigua. Fue el impulsor y primer director del Born Centre Cultural. En 2009 publicó La ciutat del Born: economía i vida quotidiana a Barcelona (segles XIV i XVIII). La investigación sobre la Calle Montcada ha durado seis años. El objetivo era resaltar la historia olvidada de las personas y los comercios que durante siglos conformaban una vida activa y dinámica.
Durante el siglo XX la calle Montcada formaba parte de un barrio popular y también bohemio. Carmen Laforet, en su novela Nada, premio Nadal 1944, describía la vida artística de uno de sus personajes en un taller de pintura de la calle Montcada.
Luego me guió hasta la calle de Montcada, donde tenía su estudio Guíxols. Entramos por un portalón ancho donde campeaba un escudo de piedra. En el patio, un caballo comía tranquilamente, uncido a un carro, y picoteaban gallinas produciendo una impresión de paz. De allí partía la señorial y ruinosa escalera de piedra, que subimos. En el último piso, Pons llamó tirando de una cuerdecita que colgaba en la puerta. (Nada)