«Como las olas impelidas por el Céfiro se suceden en la ribera sonora, y primero se levantan en alta mar, braman después al romperse en la playa y en los promontorios, suben combándose a lo alto y escupen la espuma; así las falanges de los Dánaos marchaban sucesivamente y sin interrupción al combate.» (Fragmento de la Ilíada, en la versión que dirigió Àngels Cardona en la vieja editorial, ya desaparecida, Bruguera. Tengo mucho que agradecer a mi profesora del Instituto Verdaguer de Barcelona. La pasión que transmitía en sus clases acrecentó mi relación indefinida y necesaria con la literatura).
El hermoso texto de Homero, La Ilíada, enseña la poesía contenida en el paisaje y la brutalidad de la batalla como si fueran la misma cosa. Poesía y lucha. La victoria o la muerte. La derrota solo dejará desolación donde antes había un mundo de costumbres cotidianas, grandes murallas y el orgullo de Príamo mirando a lo lejos desde la cima de su castillo. La Ilíada ha formado parte de la vida de las personas durante milenios y, aunque en nuestros tiempos es todavía una obra fundamental para todos los grandes lectores, La Ilíada se construyó para ser contada oralmente. Por eso me ha gustado mucho escuchar esta gran epopeya a través de las palabras de una profesora, en Grecia, durante la Segunda Guerra Mundial.
A Teodor Kallifatides lo traje aquí no hace mucho, para hablar sobre esa joya llamada Otra vida por vivir y quiero volver a la sabia prosa del escritor griego. Ahí lo tienen, en El asedio de Troya (Galaxia Gutenberg), dando vida a una nueva lectura del clásico de Homero. En la pequeña aldea de Grecia la joven maestra explica, como en un cuento, La Ilíada a sus alumnos, día tras día, creando entre ellos una gran emoción. La historia del asedio mítico en el recuerdo. La vida real transcurre en 1945, a punto de finalizar la II Guerra Mundial. Pero el pequeño pueblo vive desde 1941 su asedio particular. Conviven con sus invasores nazis en una pesadilla larga y oscura. El miedo convertido en costumbre. Sin embargo, la esperanza de presenciar, por fin, el milagro de Aquiles en medio de la batalla, allá en los confines de Troya, animará a los alumnos de la joven maestra de pueblo. “No era tormenta lo que acechaba sino un viento cálido que los hizo sudar aún más”.
Los mirmidones, bien descansados, lograron abrirse camino entre los troyanos. Algunos -la mayoría- huyeron hacia la ciudad para refugiarse tras las murallas. Un grupo más reducido se apelotonó hacia el río y no le quedó otra opción que arrojarse a las impetuosas aguas. No era fácil nadar con toda la armadura, se hundían y bregaban desesperados. Aquiles sus caballeros los persiguieron incluso hasta allí y los fueron matando uno tras otro. El caudaloso rio se tiñó de rojo por toda aquella sangre.
Una cultura no puede ser juzgada sólo por las libertades que se toma, también se juzga por las que no se toma. Hay cosas que no se prohíben, pero eso no significa que se permitan.